Por Miguel Llorente, gestor de patrimonios en Value Tree
El enfoque a la hora de invertir en renta fija tiene sus diferencias con la renta variable, ya que, aunque lo principal es igual, comprar cuando el precio esté “barato” y vender cuando cotice al precio que tenemos marcado como objetivo, para los bonos la prioridad es que el emisor cumpla con sus compromisos de pago mientras tengamos el activo en cartera. Por ello, una parte muy importante del análisis de la renta fija está relacionado con los flujos de ingresos y pagos.
Bien es cierto que una parte del trabajo podría venir dado por las calificaciones que otorgan las agencias de rating, pero, por un lado, no todas las emisiones tienen una calificación crediticia, y por otro, hay ocasiones en las que la realidad sorprende a estas agencias antes de que ellas detecten lo que esté pasando y realicen modificaciones en su clasificación.
Vamos a centrarnos principalmente en la deuda corporativa porque prácticamente siempre suele ser más rentable que los bonos de gobierno. No conviene olvidarse por completo de la renta fija pública y aprovechamos para mencionar que en su análisis hay que tener muy en cuenta la evolución económica del país, datos como el PIB, el desempleo, la presión fiscal, el crecimiento económico, etc., así como ratios como deuda pública sobre el PIB. Con ello, podemos hacernos una idea de la capacidad que tiene el país de hacer frente a sus compromisos financieros.
En la renta fija privada vamos a partir del balance de situación. Vemos la deuda actual de la compañía y los activos con los que cuenta para hacerle frente y los recursos propios. Lo primero que vamos a calcular es el coste medio de financiación de la compañía. Con eso nos hacemos una idea del esfuerzo que está haciendo para financiarse y de los recursos que tiene que generar para hacerlos frente. Quizás la parte más complicada sea estimar cuáles van a ser los ingresos futuros de la corporación. Hay que partir de la situación actual y, teniendo en cuenta la evolución de los últimos años, hacer una aproximación del comportamiento del sector, de la competencia y de la evolución económica en los principales mercados en los que se haya presente. Conforme vayamos avanzando en el tiempo, más difícil va a resultar hacer una previsión fiable. Con esto terminado, nos vamos a encontrar en qué plazos puede estar tensionada la compañía y analizar si eso es una oportunidad de inversión o un riesgo.
Otro punto importante en el que fijarse es en el EBITDA de la compañía, el pasado, el actual y las estimaciones futuras. Este indicador es un buen resumen de la salud financiera de la firma, y nos va a permitir ver qué parte de los ingresos llegan a ser beneficios y cuáles se van quedando en el camino hasta llegar a la generación de caja bruta, que es lo que va a tener la compañía para reducir su deuda, pagar dividendo, o, si lo considera oportuno, invertirlo en la adquisición de nuevos activos. Como hemos dicho antes, no hay que perder de vista cuál es el nivel de deuda actual y lo que ésta representa frente al EBITDA. Esto nos puede dar pistas sobre la salud financiera, de la compañía y lo acertado o no de su calificación crediticia. Tampoco debemos perder de vista que estos son datos estáticos, y que una empresa es un ente vivo, y que en cualquier momento la dirección puede realizar actuaciones para mejorar la situación de la compañía, tales como reducir la deuda (con venta de activos no estratégicos, por ejemplo), refinanciarse, reorganizarse, etc., que tendrán su efecto en la evolución de los bonos de la compañía.
Por último, una vez localizados activos interesantes y que, según nuestro estudio, parecen que van a ser capaces de pagarnos, queda incorporarlos a la cartera. Si una compañía tiene varios bonos, resulta más interesante comprar aquel que ofrece más valor en función de cómo esté la curva de tipos. Y si solo es uno, hay que comprobar que efectivamente ofrece más valor (en este caso rentabilidad a vencimiento) que otros comparables por calificación crediticia, moneda y duración.